miércoles, 28 de abril de 2010

Qué efímera es la vida sin esperanza

Desde hace algún tiempo estoy dando vueltas a un pensamiento del que tengo la osadía de hacerles partícipes: ¿quién soy?, ¿para qué vivo?, ¿hacia dónde voy?.

Si me dejo llevar por mi limitada razón, voy inexcusablemente hacia una meta común a todos los hombres y única realidad absoluta que conocemos: la muerte.

Con esta meta por delante, de nada sirve la ilusión, la vida, el éxito, los bienes materiales, la transmisión de valores a la siguiente generación... En definitiva, nada tiene sentido, ya que los gusanos no distinguen entre los distintos tipos de vida que se haya tenido.

Pero, he aquí la cuestión. Si le añadimos a todo esto la esperanza, todo tiene sentido, porque alguien que tiene esperanza está por encima de la razón y de los límites que ésta tiene, y anhela un futuro pleno y mejor después del trance de la muerte. Pensar en esto da pleno sentido a la ilusión, la vida, el éxito, los bienes materiales, la transmisión de valores, etc. Por esto merece la pena vivir con esperanza, porque el fin no es la muerte, sino la vida plena en la que esperamos.

Si añadieramos este componente a nuestra existencia, tal vez, el sufrimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, tendrían el sentido que tanto buscamos. ¡Hay uno que venció la muerte por nostros! ¡Feliz Pascua!

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