viernes, 25 de marzo de 2011

Adiós; perdón, quiero decir, hasta luego.

Cuando se va alguien de los nuestros, siempre se nos encoje el corazón, porque nuestra profesión, aunque a veces lo queramos evitar, tiene un componente vocacional importante y se coje cariño a las personas que pasan los días con nosotros. Especialmente si son como Erundina "cosa fina" como solía poner ella siempre de coletilla. Los que tuvimos el honor de conocerla, vimos a una mujer afable, cariñosa, obediente, educada y sobre todo una buena madre, como nos confesaban sus hijas, a pesar de sus limitaciones físicas, nunca un mal gesto, al contrario, correspondía al saludo con una sonrisa, que nos sabía a gloria cada día, esa era nuestra recompensa más valiosa, poder arrancarle un suspiro, una sonrria, una mirada, para nosotros era la constatación de que el esfuerzo valía la pena.
Cuando todavía podía hablar, siempre tenía en los labios un comentario amable, o un dicho popular, parecía ausente, pero en medio de la conversación en la que no participaba, ponía su pincelada oportuna y siempre con chispa, que traía risas y un momento de felicidad al grupo en el que estaba.
No puedo menos que resaltar con alegría algo que no se ve mucho en estos tiempos, el cuidado, cariño y esmero con el que sus tres hijas la cuidaban. Ya me gustaría poder escribir esto mas a menudo.
Y por último estoy seguro que el buen Dios, estará con los brazos abiertos para acogerla en su seno. Adiós Erundina; perdón, quiero decir, hasta luego.

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